jueves, 23 de septiembre de 2010

la cultura del chisme

El Liróforo
Gabriel Velázquez Toledo
La cultura del chisme

En nuestro país, y sin temor a equivocarme, ante nuestra nula capacidad para la investigación, producto de una educación deficiente que nos inculca lo que debemos saber y no cómo obtener conocimientos, hemos optado por utilizar una alternativa en la cual no es necesario verificar la veracidad de lo dicho. Sencillamente se trata de la reproducción de un rumor, cargada siempre de un poco de opiniones subjetivas individuales de quien informa y de ejercicios imaginativos para suplir, a manera de intriga, los datos faltantes, que terminan de esta forma por tergiversar aún más lo dicho. En pocas palabras, el chisme.
La envidia, la maldad, la ignorancia, el odio, son sólo algunos de los motivos que llevan a las personas a continuar un rumor mal intencionado, curiosamente de las buenas noticias se sabe muy poco. Para el colmo de males, parece que esta práctica se ve impulsada por las instituciones, que ante su ejercicio en contra de la delincuencia, anima a la sociedad a volverse parte activa de este ejercicio. La cultura de la denuncia no es más que una exacerbación, representativa de la nulidad del funcionamiento de las estrategias hasta hoy seguidas.
No se trata de fomentar que seamos un país de chismosos, se trata de un cambio cultural que necesita urgentemente bases sólidas, que la educación humanista (en la que se incluyen valores cívicos y éticos) puede proporcionar. Sin embargo parece que los planes institucionales de ciertos líderes de la educación no contemplan el ejercicio crítico de la razón en los alumnos, porque es sumamente peligroso para sus estructuras, que se mantienen a base de favores electorales y dinero.
La influencia de telenovelas, programas de entretenimientos y literatura barata, producto de revistas que sólo buscan explotar el morbo, se suman al fomento social de esta práctica tan poco ética del chisme. Pareciera que es una confabulación dirigida a mantener en el letargo la mente de las personas.
Mas no todo es culpa de ellos, pues los intelectuales y la iniciativa privada (me refiero a la sociedad en general no a los grandes emporios), tampoco han realizado un esfuerzo digno para fomentar los más indispensables principios en los jóvenes, que son quienes más lo necesitan. Ejemplo de ello es que los millones de chavos ni-nis que existen en el país, no tienen ni la menos idea de cómo llegar a establecer propuestas o acciones que mejoren su calidad de vida, pues están a la espera de un paternalismo, al que por muchos años nos tuvieron acostumbrados y que ahora sólo se dirige a ciertos grupos selectos.
¿Qué esperar entonces? El miedo por el estado de sitio en el que vivimos desde hace 4 años, también ha obnubilado el pensamiento de las personas, que temen a expresar una opinión, bajo el riesgo de ser considerado un disidente y por eso, recibir la represión correspondiente. Por eso las verdades a medias que los grandes medios de comunicación nos presentan diariamente, manipulando su contenido, no es contradicho ni puesto en tela de juicio por la mayoría de los espectadores que consumen dichos contenidos
Sin duda alguna, se trata de una cuestión de voluntad. Mucho se ha hecho con la apertura de escuelas en el Estado, lo que es digno de resaltarse, sin embargo queda la duda acerca de las personas que estarán a cargo de la educación de los jóvenes, que probablemente deban sufrir los embates de los programas educativos oficiales, que ni los mismos maestros dominan.
Afortunadamente en las grandes orbes, el fenómeno del internet está abriendo portales que permiten a los jóvenes verificar la veracidad de lo que aprenden. Esta práctica pronto llevará a algunos al ejercicio crítico de la búsqueda de un conocimiento específico, que los transformará en personas capaces de proponer y argumentar con bases.

Comentarios: elliroforo@gmail.com

jueves, 9 de septiembre de 2010

Brecht y Artaud. EL teatro y su poética

El Liróforo
Gabriel Velázquez Toledo
Brecht y Artaud. EL teatro y su poética.

Bertolt Brecht (1898-1956) supone que “El teatro consiste en representar ficciones vivas de acontecimientos humanos ocurridos o inventados, con el fin de divertir”. Idea que a lo largo de su libro Pequeño órganon para el teatro, es muy recurrente, contraponiéndose al que fuera el predecesor del rompimiento con las estructuras formales del teatro en occidente, Antonin Artaud (1896-1948), quien buscaba en el “Teatro de la crueldad” una respuesta emotiva, derivada de la saturación y la intensidad. Ambos modelos transformaron a mediados del siglo XX, la concepción del teatro en su totalidad, propiciando una transformación desde su raíz.
Para esto Brecht cataloga las diversiones en Diversiones débiles y fuertes, (simples y complejas), las segundas más complicadas y ricas en aspectos “más contradictorias y preñadas de consecuencias”, es decir las que tenían una relación con el ejercicio de la apreciación. Brecht dice que “La tarea del teatro, como el de las otras artes, consiste en divertir a la gente. Esto le concede su especial dignidad”. Al igual que Aristóteles, opina que “Nada más alto ni nada más bajo que divertir a la gente”. Diferenciandose así de la dinámica de la “Reflexión inteligente” que Artaud propone para la apreciación de un espectáculo en todas sus dimensiones (música, plástica, drámática).
Brecht insiste en que las “diversiones de las distintas épocas fueron naturalmente diferentes entre sí, según las maneras que los hombres tenían de convivir”. La categoría histórico social nos ayuda a comprender la forma en que el espectáculo teatral era observado antes del surgimiento de sus nuevos valores “La inexactitud o incluso la evidente inverosimilitud, molestaba poco o nada, mientras que la inexactitud poseyera una cierta consistencia y la inverosimilitud fuera coherente”. No importaba que existieran inexactitudes o errores en las historias representadas, sino que nos apropiemos de los hermosos y grandes sentimientos de los protagonistas de la historia. Involucrar al espectador. Artaud busca, en el ejercicio de un teatro que busca involucrar las emociones del espectador con el ritual que los actores representan, igualmente que el público tenga un impacto positivo de lo que observa, pero éste derivado del shock que el espectáculo en sí le represente.
La opinión acerca del ejercicio poco profesional de los actores “comerciales” de la época que Brecht desprecia, se muestra en su opinión de que: “Lo que reduce nuestro placer en el teatro son las incongruencias en la representación de los acontecimientos humanos”, y aunque prepara de esta manera la ruptura con el teatro “ritualista” de Artaud para proponer la exploración libre de la escena en pos de un espectáculo inteligente y sencillo, desecha la búsqueda de la metafísica, interna e inconsciente de su predecesor.
¿Cómo deberán ofrecerse nuestras representaciones de la convivencia humana? ¿cuál es la actitud productiva frente a la naturaleza y frente a la sociedad, que nosotros, hijos de una era científica, debemos adoptarlas enteramente en nuestros teatros? Estas son las interrogantes que Brecht heredará de su tiempo y a las que tratará de responder con su ejercicio de lo absurdo. Y para la labor intelectual, propone “Nuestra actitud debe de ser crítica. Si se trata de la sociedad, revolucionándolas”. Busca llevar al teatro a revolucionarios sociales, es decir aquellos que son capaces de transmitir con una obra, determinado mensaje. “Que no olviden cuando están con nosotros, sus joviales intereses, con el fin de confiar al mundo a sus cerebros y a sus corazones, para que lo transformen según su criterio”. Artaud por otra parte, partió del precepto del “Ritual de la teatralidad” en su búsqueda de una liturgia cambiante pero profundamente inteligente, pero Brecht lo crítica gravemente: “Lo que les interesa a los espectadores en esos teatros, es poder realizar el engañoso cambio de un mundo contradictorio, por otro armonioso, o de uno no muy bien conocido, por otro de ensueños”. La realidad golpeó al teatro, presentando una nueva faceta: “El teatro tiene que comprometerse con la realidad con el fin de extraer representaciones realmente eficaces de la realidad”. Incluyendo los valores moralizantes de la sociedad en la que el acto dramático se presenta: “Y esto permitirá también que los espectadores disfruten con la moralidad específica de su época ligada a la productividad”.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Nuestra (violenta) cultura

El Liróforo
Gabriel Velázquez Toledo
Nuestra (violenta) cultura

Hace pocos días tuve la oportunidad de asistir a una tocada de las que se organizan en salones de fiestas por los grupos musicales “underground” que existe en la ciudad. El ambiente era festivo cuando la primera banda empezó a sonar. Sin embargo algo curioso llamó mi atención, rostros desencajados que parecían la simple careta de un zombi, que se movían al compas de la música de forma autómata, sin siquiera comprender lo que a su alrededor se desataba.
El olor a solvente que despedían algunos, las pupilas dilatadas de otros más y la actitud autoritaria y violenta de los que en el centro del “slam” pretendían dominar el círculo de baile, propinando buenas golpizas a los que se les acercaban, ofreció el resto del espectáculo degradante de la juventud, que rodeada de descabezados, malos programas sociales, drogas, guerras institucionales tan ajenas a nuestra realidad inmediata y un sistema opresivo que juzga su cultura con todo el rigor de una generación que se ha hecho vieja, (suponiendo que sus valores son los correctos y por lo consiguiente los que deben imperar en ésta ciudad) me dejó la sensación de que la violencia también es una cultura.
Con esto no quiero referirme a los sacrificios aztecas, tan famosos y retorcidos por las descripciones de conquistadores ignorantes, ni a la necesidad pujante de realizar cambios sociales profundos con las armas, al respecto de la guerra de independencia, reforma y revolución, sino simplemente a una generación “ni-ni” que al igual que cualquier otra generación juvenil pasada, busca liberarse de ataduras y convencionalismos, con una actitud transgresora del orden establecido.
La falta de espacios regulados para dar cabida a cientos de jóvenes inconformes con un sistema, que en el mejor de los casos los niega e ignora, y en el peor de estos los reprime, sostiene el encono que justifica sus actos degradantes. No importa obnubilar la mente con solventes que queman el sistema respiratorio y altera la percepción de lo inmediato, distorsionándolo en una paranoia, porque hoy la “mona”, el “flexo” y todo aquello que “pone” por unos cuantos pesos, está de moda.
La violencia genera violencia. Políticas nacionales de transgresión a la individualidad, la criminalización de las actitudes de los jóvenes y la falta de comprensión de un problema social que se está presentando desde hace algunos años en todo el país, simplemente han creado una bomba de tiempo.
El desfogue que para estos jóvenes representa asistir a una tocada, bailar y expresarse, ha permitido canalizar buena parte de esta inconformidad. Pero me pregunto ¿Qué ha sucedido con los espacios abiertos en los que la regulación de un orden por grupos culturales puede transformar el ejercicio violento de la clandestinidad en una búsqueda por la armonía y la convivencia? Simplemente la falta de visión de algunos, ha sesgado espacios como el parque de la juventud, en el que desde hace un buen tiempo no se ven más actividades que la de computadoras conectadas a internet gratuito. O el auditorio que en una esquina del parque central, se encuentra abandonado desde hace mucho.
Es necesario fomentar políticas culturales que propicien ambientes diferentes en la juventud, así como dejar de criminalizar, por la simple apariencia y prejuicios personales, a promotores y espectadores de estos espectáculos, pues la juventud no está a la espera de cumplir con las expectativas de generaciones que le son completamente ajenas.
Tampoco la represión generará buenos resultados, pues si bien el consumo de estupefacientes ha ido en aumento entre la población juvenil, es más importante una solución real al problema que les atañe, pues la enfermedad no son las drogas, son solamente el síntoma de algo más profundo que tiene que ver con la desunión familiar, la falta de oportunidades y aceptación y en especial, con una falta de disposición por parte de la sociedad, gobierno y asociaciones de cualquier índole, para dar respuesta sensible a lo que está sucediendo actualmente.

Comentarios: elliroforo@gmail.com