jueves, 30 de agosto de 2012

Cultura Muerta

Becas que no se dan, estímulos que se pierden, concursos amañados entre las mafias que premian el esfuerzo mediocre de sus pares. Así funciona la academia, la política y claro que no son la excepción, la cultura y el arte. Desde hace mucho tiempo, en el país hemos vivido la imposición de personajes que simplemente no tienen interés en las actividades que se desempeñan para el enriquecimiento intelectual de la sociedad, sino de los recursos que se pueden allegar, producto de éstas. La “cultura oficial” cumple su cometido, llena las estadísticas minimizando el derecho de los ciudadanos a tener alternativas de calidad, impulsa el compadrazgo y cede los espacios a intereses particulares, con el fin de definir una línea cercana, que pueda controlar ideas y contenidos. Un ejemplo de esto se observa en los festivales culturales. En otras épocas, el festival Balum Canan, hoy conocido con el nombre pomposo de Festival Internacional Rosario Castellanos, fue un festival independiente, organizado por la sociedad civil comiteca que buscó la forma de llevar la cultura a sus calles y celebrar con esto a la más grande escritora del siglo XX que tuvo México. Hace ocho años, la contraparte oficial se hizo cargo de la organización, respetando en primera instancia las dos semanas que dicho festival tenía como marco, para luego irlo acortando hasta llegar a su octava edición con solo 4 días. El trasfondo de todo esto es muy claro, a los organizadores no les importa. En las calles de Comitán la vox populi pregonaba “se les acabó el dinero trayendo a la feria a Paulina Rubio”. Las malas gestiones que en el rubro se han hecho, logran desintegrar las voluntades de quienes tratan de integrar un proyecto de calidad. No hay preparación, no hay estímulos, no hay una visión ni una perspectiva clara y de esto se da una muestra en las redes sociales, donde los jóvenes han preferido conformar sus proyectos y compartirlos con sus pares, a permitir que las instituciones se involucren, a riesgo de ser juzgados como vendidos. Y es que claramente la forma de ver las cosas empieza a tener un giro radical. Para ejemplo hace algunos días el DIF de Sonora presentó con bombo y platillo sillas de ruedas hechizas, con que organizaciones no gubernamentales impulsan alternativas en regiones de extrema pobreza (como África). El sentido crítico de los usuarios del internet les hizo comprender el hecho como una burla, el colmo del cinismo cuando se compra un avión presidencial de miles de millones de pesos. De esa misma forma se está actuando en las artes y la cultura. Si los escenarios públicos están vetados a la participación de todos, las redes han abierto nuevas formas de interacción. Lo lamentable es que a la par de impulsar el desarrollo individual de artistas independientes, la interacción social resulta más compleja. La era digital trae consigo un aislamiento que está pendiente aún por mostrar sus consecuencias. Lo que sí queda claro es que dentro de poco no será un factor determinante que las instituciones culturales impulsen a sus círculos cercanos, cuando la crítica pasará revista por medio de cientos de observadores que exigirán cada vez más del artista que sus propuestas sean de calidad.

jueves, 9 de agosto de 2012

El internet y el futuro de los derechos humanos

La declaración de los derechos humanos ha sido dividida en generaciones, según el perfil y contexto en que fueron instaurados por la comunidad internacional. Propuesta en 1979 por el jurista checo Karel Vasak, la división de los derechos humanos durante mucho tiempo se mantuvo en tres. Su división sigue las nociones centrales de los principios de la revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Los derechos humanos de primera generación, tratan esencialmente de la libertad y la participación en la vida política. Son fundamentalmente civiles y políticos (protegen al individuo de los excesos y abusos del Estado) incluyen, entre otras cosas, la libertad de expresión, el derecho a un juicio justo, la libertad de religión, y el sufragio. Los derechos de segunda generación tratan de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Demandan un Estado de Bienestar que implemente acciones, programas y estrategias, para lograr que las personas gocen de manera efectiva de estos derechos. Los derechos de segunda generación se incorporan a partir de una tradición de pensamiento humanista y socialista. Son de naturaleza económica y social e inciden sobre la expresión de igualdad de los individuos, exigiendo la intervención del Estado para garantizar un acceso igualitario a los derechos de primera generación, es decir, para compensar las desigualdades naturales creadas por las ventajas y desventajas de clases, etnia y religión que caracterizan a las sociedades modernas. Por otra parte los derechos de tercera generación se denominan así por un conjunto de derechos de aparición reciente, en que se demanda un medio ambiente sano y libre de problemas. El derecho de heredar condiciones de vida dignas y mantener el equilibrio natural en el planeta mediante acciones dirigidas a equilibrar la destrucción que originan las actividades industriales de los seres humanos, como el control sobre las emanaciones de dióxido de carbono y la destrucción de selvas y bosques. Los derechos de la solidaridad constituyen una tercera generación propia de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo en el mundo actualmente se analiza la relación entre una cuarta generación de derechos humanos, la ciudadanía y las redes digitales, en la que tres elementos juegan un papel clave: la relación entre derechos intermedios y metaderechos (enfocados a la construcción de políticas que conducen a una liberación, pues se parte del postulado de que “lo que está tras el derecho es el objetivo de alcanzar la libertad en algo específico”, como el hambre), el poder comunicacional como biopoder (que según Foucault es “la práctica de los estados modernos de explotar numerosas y diversas técnicas para subyugar los cuerpos y controlar la población), y el conocimiento libre como procomún en un ecosistema digital. Los derechos de cuarta generación expanden el concepto de ciudadanía digital, que al saber se subdivide en tres partes. En primer lugar, la ampliación de la ciudadanía tradicional, enfatizando los derechos con el libre acceso y uso de información y conocimiento, así como la exigencia de una interacción más simple y completa con las Administraciones Públicas a través de las redes telemáticas. En segundo lugar está la ciudadanía entendida como una lucha contra la exclusión digital, a través de la inserción de colectivos marginales en el mercado de trabajo en una Sociedad de la Información (obviamente en países desarrollados estas políticas se orientan a la profesionalización y capacitación). Por último, como un elemento que exige políticas de educación ciudadana, buscando crear una inteligencia colectiva que asegure una inserción autónoma en un mundo globalizado (un nuevo elemento definidor de la ciudadanía). En pocas palabras, asistimos a la aparición de nuevos valores, derechos y estructuras sociales que se encuentran actualmente en un período de incubación y veremos su surgimiento a raíz de necesidades nuevas, que implican el manejo de un complejo sistema de conocimiento que busca empatar a los seres humanos con sus pares en todo el mundo.