jueves, 30 de abril de 2015
Voy a dar un pormenor
Omar Gámez es un escritor que hace algunos años se nutrió literaria(y literal)mente en nuestro estado por casi diez años. Volvió a su tierra con la nostalgia de dejar todo lo que había logrado. A finales del 2013 corrió la noticia de que el Navo volvía a las andadas, recuperado anímicamente resultó ganador del concurso del Libro Sonorense en su categoría de crónica. Un año después se cumplieron las expectativas de ver impreso por fin Voy a dar un pormenor, aún a pesar de la burocracia cultural y sus cientos de trabas. Transcurrieron otros seis meses y vicisitudes dignas de contarse en otro espacio para tener al fin mi propio ejemplar y apenas unas horas para dar cuenta del libro.
Sumergiéndome en la lectura caigo en cuenta que la clave para escribir buenas crónicas es vivirlas. Es por esto que la conformación del texto permite al lector impregnarse un poco de esa imagen desgarradora que son los trozos de realidad del pasado, que tratan de borrarse de la ciudad con sus motores de automóviles llevándose entre las ruedas los recuerdos del porvenir, pasando a toda velocidad sobre nuestro olvido, sepultándolo entre partículas de smog y caminos de asfalto.
Detenerse un momento a contemplar cómo se transcurre la vida, le permitió al escritor Omar Gámez la posibilidad de crear una serie de textos que compilan anécdotas de un pasado que en poco se diferencia del presente. Las desgarradoras imágenes suburbanas y rurales nos acercan a los sucesos que para los críticos están al filo de la posmodernidad, pero para quienes son partícipes simplemente atañen a la subsistencia. Sobrevivir o morir. Morir lentamente, a pesar de seguir vivo, como el escuadrón de la muerte que a orillas del pueblo se sientan a tomar alcohol con toloache para que seguir inmersos en su realidad sea un poco menos doloroso.
Su dominio sobre el detalle se ha perfeccionado, la técnica entrañable que ha sabido desarrollar en los años incluyen un sentido del humor peculiar, indispensable para un buen escritor, que se vale de la ironía para transformar un prostíbulo en un campo experimental de estrategias de mercado para atraer a nuevos clientes, porque los otros, los constantes, han encontrado nuevos placeres en las drogas baratas que como el foco, revoltijo de cualquier cochinada como raticida y solvente, ya no cruzan la frontera y se quedan para desgraciar a los clientes que prefieren esos goces efímeros por sobre los de la carne.
La realidad siempre supera a la ficción. Las crónicas de Omar Gámez nos dejan claro que la falta de sentido, de un destino que nos conduzca a pesar de todo hacia algún lugar, es parte de la cotidianidad en la que se imbuyen los personajes, que son tan reales como cualquier vecino que mata sus tardes en la cantina porque para él ya nada tiene sentido.
El sentido local de pertenencia que arraiga a los personajes a una ciudad o a un pueblo determinado, queda rebasado ante la fuerza de los temas que aborda (la locura, la desventura, el desamor, la amistad y la fidelidad), tan universales como la necesidad del ser de encontrarse un sentido.
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