El Liróforo.
Gabriel Velázquez Toledo.
Los efectos de la crisis en los artistas.
Todos nos quejamos cada quincena de que los precios de los insumos básicos continúan en aumento sin recibir de forma proporcional las percepciones económicas. El efecto de malas administraciones políticas, corruptas y sin conciencia social, ha venido a golpear las sencillas vidas de los habitantes de este país, que en las ideas anda perfectamente, pero en lo real es una búsqueda constante por evitar la angustia de deber lo que no se posee.
En tiempos de miseria, el mito nos ha enseñado a esperar héroes brillantes que liberen a los pueblos de esta, llevando a la sociedad hacia un sentido fraterno de identidad y prosperidad. Pero en el siglo XXI, el mito está muerto. Lo sepultaron la enajenación y vulgarización de mensajes de consumo en los medios masivos de comunicación.
La sociedad no cree en políticos, pero entra en el juego de la demagogia. Los inconformes no saben organizarse ni seguir niveles de profesionalización, que les otorguen autoridad moral ante la gente. Esta forma desorganizada es lo que hunde a la sociedad en ese bache de inconformidad a medias.
Pero peor aún, esto de la crisis ha logrado callar a las voces críticas, por conservar un empleo con una percepción segura. La reducción de artistas es cada vez más notable. La falta de prosperidad se debe a la falta de una percepción crítica, que se ha enterrado por el mundo del consumismo. Lo original está de sobra porque no está a la moda.
Esto de la moda, o la repetición en masa de modelos económicos de artículos diversos, diseñados para engrandecer el ego humano, ha llevado a los artistas a relegar a un segundo o tercer lugar su actividad creativa, pues la necesidad inmediata es la de subsistir. En México, la creación no es un producto de consumo.
Así, la crisis oficialista obliga a replegar el goce estético que da vida al arte, sustituyéndolo por información inútil acerca de balances falsificados de las Instituciones y de la vida personal de un grupo de “famosos” que a nadie importan, vendiéndolos a los consumidores de los medios masivos de entretenimiento como productos.
Esa es la situación actual, pero a los artistas aguantadores que prefieren seguir creando aunque su nivel social no prospere y continuar protestando por la forma en que la sociedad se enajena, están los consejos del gran artista-vagabundo Henry Miller. En sus novelas Trópico de Capricornio y Trópico de Cáncer encontramos el genio del arte que aquí citaré parafraseando: un artista debe ser una genialidad que represente a sus compañeros un deleite. Una vez que el artista consigue esto, se transformará en un pícaro que hará valer su genio para arreglárselas, anteponiendo como principal regla, que cualquier reunión social debe ser sinónimo de comer bien. Una barriga llena es sinónimo de una conciencia tranquila y trabajadora.
El pícaro sabe ser oportuno a la hora de molestar a un amigo por comida o vicio. Por eso tiene muchos amigos. Se vuelve un ser social a las fuerzas, aunque mantiene estoico su nivel de neurosis, por tener que soporta los improperios de esas amistades, que a fin de cuentas lo mantiene en el estatus de creador-intelectual. El artista además debe refinar su instinto porque a la par de su labor estética, debe reconocer a cuál de los amigos en turno es permisible visitar.
Este nivel de audacia funcionó en Miller, quien se transformó en uno de los íconos de la buena literatura norteamericana. Si el artista de hoy decide valerse por sí mismo, convenciéndose de su función como creador se sumará a más esfuerzos individuales que terminen transformándose en un movimiento, y así cualquier crisis se encontrará con un movimiento cultural que fungirá como catalizador de las denuncias, traduciéndolo en un mensaje de convivencia social con alternativas producto del ingenio individual, sin monopolios ni convencionalismos de por medio.
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jueves, 24 de septiembre de 2009
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