jueves, 27 de agosto de 2009

Sobre la mala convivencia social.

El Liróforo.
Gabriel Velázquez Toledo.
Sobre la mala convivencia social.

El ser humano se deshumaniza cuando se encuentra en un medio social amplio. Tal es el caso de los conglomerados que las ciudades cosmopolitas albergan, en los cuales los niveles de violencia son, por lo general, muy altos. La sociedad se transforma de un refugio común para sobrevivir, a un hostil campo de convivencia forzada.
Pareciera que el contacto humano debe transformarnos -por la virtud que tenemos de poder utilizar la razón- en seres civilizados, conscientes de una responsabilidad en la convivencia social. Pero esto no es así, sino que ocurre el caso contrario, en el que el superávit de población, da pie a filias fuera de lo imaginable, que muestran el efecto de la intensificación del contacto humano, convirtiéndose en una degeneración paulatina.
La búsqueda de la individualidad está prohibida fuera de pequeños grupos en que íntimamente nos develamos, prohibida por un sentido oculto que no intentamos comprender porque se nos ha enseñado a seguirlo fielmente. Nos enseñan a vivir bajo principios de una doble moral que al crecer descubrimos y enfrentamos sin las herramientas necesarias, dejándonos absorber en la misma enajenación que criticamos. Para prueba, no dejamos de consumir los productos de las grandes empresas que, por medio de publicidad, se vuelven necesarios.
Hoy en día utilizamos el conocimiento, que se adquiere cada vez de forma más sencilla, con herramientas como el internet y las bibliotecas, para conducir nuestro propio deseo. Lo que no tiene nada de malo si se hace de forma responsable. Lamentablemente el hombre es por aprendizaje social, de excesos y doble moral. Los sistemas políticos enajenan el pensamiento popular, permitiendo que la religión se encargue del sometimiento y del criterio que debe regir la convivencia.
Nuestra sociedad ha concebido un valor simbólico a la soledad, convirtiéndola en un privilegio, pues le nombran la búsqueda. La conciliación del mundo y la sociedad, Dios y la moralidad, son la preconcepción ética religiosa que se impone de forma trágica a la creación misma del ser humano. Subestimado a propósito en su papel de criatura sometida a una voluntad mucho más poderosa, el hombre crea prejuicios a aquel que no se asemeje a él, rompiendo las normas más básicas de la convivencia, las del respeto.
Es obvio que la carga existencial, que nunca se sobresee del elemento social, es la reprobación de la ignorancia. En la historia de Frankenstein o Prometeo moderno de Mary Shelley, la criatura creada por Víctor Frankenstein para demostrarle a la sociedad el error en que vivían, censurando a la ciencia y perdiéndose de sus infinitas posibilidades, es víctima de una labor que se sitúa en él mismo; flanco de amenazas y reprobaciones que, emitidos de un juicio sin el mayor sustento ético, se relaciona con la hiperconciencia colectiva de la ignorancia de los valores. El monstruo es atacado por su aspecto, la conciencia de su individualidad, expuesta en sus cicatrices y deformidad, lo transforma en un fementido. Se vuelve enemigo de su enemigo, la sociedad y busca vengarse.
Hoy existe una búsqueda generalizada de la conciencia. Se trata de romper paradigmas, lo que causa un conflicto de intereses individuales. Nadie se ocupa de la convivencia, sólo del ser, y hasta que no se simplifique el sentido virtuoso de los principios que las religiones proponen, retomadas de tradiciones muy antiguas de armonía interna y externa, no dejaremos de encontrar en cada rincón del mundo, la mezquindad de la avaricia.
Dudas y comentarios: elliroforo@gmail.com

jueves, 20 de agosto de 2009

la narrativa y el cine

El Liróforo
Gabriel Velázquez Toledo
La narrativa y el cine.

Ir a los cinemas, o salas de cine, de unos años para acá dejó de ser el acontecimiento más relevante que una familia clase mediera pudiera disfrutar, para convertirse en un lujo.
Gracias a que los medios de comunicación masivos ahora ponen películas que hace muy poco tiempo todavía se encontraban en cartelera, a que los precios de dichas salas se han transformado en obscenidades contra la economía familiar, la pésima calidad de las producciones filmográficas comerciales y a que la abulia social se ha convertido en un verdadero cáncer, por supuesto impulsado por élites que fomentan un “orden” que se basa por supuesto en la enajenación, el cine se ha desvirtuado enormemente como símbolo de la protesta social y se ha transformado en un arquetipo más de las herramientas enajenadoras que existen en el mercado.
Más preocupante que eso es la prostitución del arte literario. Especialmente Hollywood, no ha tenido reparos en que para fines de “moda” y lucro, se desvirtúe una historia que ha trascendido los anales de los cánones narrativos, por sus profundos valores simbólicos e ideológicos, y se transforme en un bosquejo semi-anecdótico, plagado de elementos que, sin una base ideológica, son introducidos en el discurso filmográfico comercial con la intención de fomentar un espíritu de consumo.
Buena culpa del abaratamiento de dicha labor la tenemos nosotros. Nuestro espíritu crítico no es exigente, en Japón cuando una película no es gustada, simplemente se levanta y solicita le sea devuelta su entrada, ya quisiera yo ver que el consumidor latinoamericano pueda disponer de su derecho a exigir se cumpla lo que de forma visual, en carteles y anuncios prometedores, ofrecen. Peor aún, gozamos de un ejemplo muy la mano y que aceptamos sonrientes. Es plagiada una novela de Rosario Castellanos y transformada en una mala telenovela de moda. Balum Canán es una de las joyas literarias chiapanecas, muy por encima de la obra poética de los autores oficialmente celebrados y quien puede olvidar que la adaptación de El amor en los tiempos del cólera de Márquez, se volvió un éxito por la mala adaptación musical de Shakira.
Pero no podemos sorprendernos, hace poco tuve la oportunidad de ver la película Frankenstein de Mary Shelley del año 1994 y dirigida por Kenneth Branagh, la película descontextualiza completamente la humanización del monstruo, por el terror de una lucha moral, que se sienta en los principios de una sociedad religiosa que se niega a los avances de la ciencia. Mary Shelley volvería a morir si descubriera que su magna obra está circunscrita a un género que poco tiene que ver con su verdadero valor social y simbólico. De esta misma forma se han permitido barbaridades de toda índole, desde Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, de Dumas, hasta Juan Rulfo con Pedro Páramo.
Para contrarrestar esto, es muy necesario que los consumidores asiduos del cine dediquen algunos minutos de su tiempo a la lectura. LA importancia de la trascendencia estética, con todo lo que implica, debe anteponerse a los valores comerciales de los aparatos económicos mundiales, de lo contrario el resultado seguirá siendo la mediocridad.
Por supuesto que no puedo referirme simplemente al cine como el culpable. Desde la creación del cine independiente, que en México se dio a mediados de la década de los setentas, una oleada de películas con un profundo contenido estético, se ha impuesto, pese a las carencias de producción contrario a lo comercial, pues ha preferido guardar el fondo del discurso por sobre la forma.

jueves, 13 de agosto de 2009

Matsuo Basho y los Haikus

El Liróforo
Gabriel Velázquez Toledo
Matsuo Basho y los Haikus.

Los Haikus son formas poéticas japonesas que tienen una muy fuerte influencia del pensamiento Zen. Creado por los monjes Budistas, es el reflejo de la experiencia espiritual que busca construir imágenes concretas a través de actos poéticos que tienen como fin transmitir una armonía al espacio perceptivo estético.
Según Roland Barthes “los sueños son Haikus”. La definición de las pequeñas imágenes que se desarrollan en el inconsciente cuando dormimos, encaja perfectamente con la intención Zen de reflejar en sus meditaciones, instantes repletos de sentido armónico, demostrando el resultado de la búsqueda ontológica. La vida tiene sentido cuando el ejercicio de la observación vuelve al ser humano hiperconsciente de su entorno.
El desarrollo del lenguaje es una muestra de que el entendimiento humano se ha sometido a la percepción simbólica. El ejercicio de la escritura no es más que el traslado de dichos símbolos a un lenguaje simplificado en sus formas. Las afirmaciones de Karl Yun sobre que “la percepción de la realidad viene filtrada por las categorías de nuestro mundo simbólico”, apertura un mundo de posibilidades para la interpretación de estos.
Los Haikus tienen en su forma, una consistencia que hace pensar en lenguajes primitivos. Elementos como la intuición, son ampliamente rescatados en este ejercicio poético, en que el mundo metafórico está transformado por la sensibilidad del autor. Por el contrario el Waka es una forma poética mucho más literaria que se centra en la belleza estética de la lírica, su contenido es mucho más temporal y explicativas, dejando al ejercicio de la interpretación un espacio mucho más limitado.
Matsuo Basho (1644-1694) Es considerado como el mayor poeta de Haiku en Japón y por lo consiguiente en el mundo. Curiosamente se educó como samurái, lo que conllevo a una educación fuertemente influida por la figura de Confusio, que ejercía una influencia muy grande en el pensamiento de la época. En 1681 conoció al maestro Zen Bucho, de quien recibió la iniciación a la sabiduría Zen. Basho (que en japonés significa plátano) dirigió sus meditaciones al mundo de la poesía, donde descubrió que esta era algo más que belleza, intelectualidad o moralidad.
Basho traslado al Haiku, como sucede con el pensamiento Zen, al centro de lo cotidiano, sin excluir nada de su campo. La poesía del aquí y del ahora, sin considerar dimensiones del tiempo, e insertando su temática en la indefinición de la simple apreciación. Este monje logró que el mensaje del amor y el contacto con la naturaleza que su filosofía predica, se incrustara definitivamente en esta forma poética.
Aunque en México autores como Octavio Paz hayan pretendido imitar el Haiku en su forma para canalizar sus necesidades estéticas, ciertamente no lograron trasladar la fuerza de estos ejercicios, quedando como simples imitaciones. Matsuo definió a los Haikus como “lo que está sucediendo en este lugar, en este momento” pues consideraba que “los versos de algunos poetas están excesivamente elaborados y pierden la naturalidad que proceden del corazón. Lo que viene del corazón es bueno, la retórica es innecesaria”.
Por último Roland Barthes consideró que los Haikus “son la base de la construcción de la novela moderna” obviamente que como ejercicio, mediante el cual, el escritor de ahora debe buscar la concatenación de frases cortas, que a su vez representan imágenes cortas, con que el ritmo y la claridad del mensaje llega de una forma menos superficial al lector, obligando con esto a elevar el nivel discursivo, pero en especial, transliterar la búsqueda estética.

Matsuo Basho. (1994) Haiku de las cuatro estaciones. Madrid. Edit. Miraguano.

martes, 4 de agosto de 2009

Visitas

Visitas

Sigilosa asomó una antena. Observó un panorama alentador, una bestia enajenada tendida en un sofá.Sínicamente dejó su guarida. Torció en vertical por la tabla del librero y atravesó, una vez en el piso, a toda velocidad a la cocina.
Su osadía me dejó anonadado, pues le ví relajadamente bajar de mi librero. Todo el tiempo fui observado y atentado en la higiene, mientras me ocupaba en vanalidades. Sin perder de vista el camino tomado, recorrí la pared con cautela hasta llegar a la cocina. La tomé infraganti, mientras se regocijaba en los restos de una torta en la estufa ¿cómo diablos llegó hasta ahí tan rápidamente?
Tomé una lata vacía de cerveza del suelo y, en un momento de dignidad y orgullo, dirigí mi puntería hasta donde se encontraba la invasora. No era de permitirse que se burlara. Sin pensarlo, lancé el misil “Superior”. Rompí un vaso de cristal que a su vez se estrelló con el resto de trastes del lavabo generando un ruido estruendoso.
El atentado fue un rotundo fracaso que cubrió la retirada del animalejo. Cuando levanté el desastre, simplemente se había esfumado.
Las noches siguientes fueron de vela. Revisé cada uno de los rincones del librero y muebles adyacentes a la sala, sin tener ningún éxito. ¡No era posible que pudiera desaparecer en un lugar tan pequeño!
Cuando las cosas volvieron a lo normal, o sin insectos, relajé mis costumbres y volví al ocio. No sé si los infomerciales baratos convirtieron mi primer miedo en una obsesión, que me acompañaba en pesadillas de un hombre convirtiéndose en un repugnante insecto.
Pasada una semana, entre ensueños, me encontró en el mismo sofá de la primera noche. Esta vez veía fijamente hacia mi, retadora. Subió por el retrato familiar del librero y se posó directamente en la sonrisa desencajada de mamá ¿Era acaso alguna especie de desafío?
No perdí tiempo y mientras resbalaba a toda prisa en vertical al piso, me quité uno de los zapatos, aventándolo en su contra. Mi maldita puntería, ingrata testigo de una infancia aburrida de videojuegos, hizo que derribara los libros y portaretratos en un alud, desaprovechándole la pista.
Cansado de la fantochada de cazar insectos, la busqué furiosamente, encontrándola arrinconada en una pata de la mesa. Tomé el zapato que aún calzaba y fui tras ellas. Me pareció tomarla por sorpresa, cuando desde arriba, lancé un satisfactorio golpe para aplastarla. Al levantar mi improvisada arma, no encontré nada ¿Cómo podía escabullirse?
Utilicé lo que de coordinación motriz, dignamente, me quedaba para ubicar al enemigo. Girando torpemente sobre mi eje, en una actitud tribilinesca, sujeté la pared y logré verla escondida en una rendija debajo de la estufa.
Al presentir mis movimientos huyó despavorida a través de cuanto obstáculo encontró. Traté de detener su huida con escandalosos golpes errados, mientras la ví escabullirse debajo del refrigerador.
Como no era algo para sentirse orgulloso, utilicé todas mis fuerzas para vengarme. Traté en vano de mover el enorme aparato, pero todo fue inútil. Cambié de estrategia. Tomé el resto de las botanas de la fiesta y las puse en medio de la cocina. Apagué la luz y replegado en la pared con un matamoscas, esperé paciente.
Cuando por fin le vi acercarse, su actitud era aún de desconfianza. Medía el terreno acercándose un poco y alejándose otro tanto. Su método le daba ventaja para calcular una huída. Cuando estuvo al alcance del matamoscas, hubo algo que me detuvo ¡Un segundo bicho asomaba de debajo de la licuadora! ¿Cómo demonios había llegado hasta ahí? Con el cinismo de la primera, recorrió el trecho que le separaba del festín. Verles actuar de forma tan descarada me llenó de furia. Eran astutas y capaces de reconocer peligros en el ambiente. Avancé lentamente hacia ellas. Justo a un paso les vi huir a toda prisa sin dar tiempo a nada.
Me pareció estúpido alimentar al enemigo, recogí la trampa fallida, tomé una escoba como arma y la agité debajo del refrigerador con la intención de aplastarlas. Una de las cucarachas salió disparada, la fulminé con la escoba dando de golpes como loco, una, dos, tres, cuatro. Era un asesino bañado en el éxtasis de exterminar la amenaza. Cuando apenas quedaba una cáscara volví en mí y pude dejarle en paz.
Al siguiente día, una llamada a la puerta me despertó. Era la dueña del edificio que llevaba una lata de insecticida, algunos empleados, vestidos completamente de blanco, la seguían.
─Los vecinos llamaron y reportan que en los departamentos hay una plaga de cucarachas. Disculpe es que fumigaron los locales aledaños. Dijeron también que hablara con usted sobre sus sonidos extraños.
─Todos tenemos manías- le dije
─A los vecinos no les importa ─contestó─ en un par de días todo volverá a estar como antes.
Vi con horror la escena de esa mujer vengando las afrentas hechas contra sus inquilinos. Los hombres entraron con mascarillas y tras verme salir, rociaron por completo sus bombas con veneno sobre mi casa. Me sentí desdichado. Era un insecticidio.
Cuando me permitieron volver a mi hogar, descubrí decenas de diminutas cascarillas adornando patas pa´arriba la cocina y la sala. Algunas aún se retorcían en su agonía y un extraño olor inundaba el ambiente. No volvería a atormentarme con sueños de hombres-insectos ni antenas parsioniosas. Para eso eran suficientes con los infomerciales.