jueves, 21 de enero de 2010

La noche que atentaron contra Robusto Sánchez.

El liróforo.
Gabriel Velázquez Toledo
La noche que atentaron contra Robusto Sánchez.

Las exóticas costumbres de los artistas, han provocado desde siempre, un sentimiento de rechazo de parte del ente social. La crítica siempre se dirige a su forma disipada y amoral de vivir. Sus costumbres relajadas y su constante búsqueda de los placeres, hacen creer que poseen una disfunción psicológica, que les impide convivir en armonía.
Según Herbert Marcuse, en “Un ensayo para la liberación”, justifica esta conducta antisocial, diciendo que los poetas son los que están en contra del sistema, por el simple uso de su razón crítica. Y aunque severamente criticable por sus costumbres destructivas, un artista ciertamente posee dotes de análisis que hace reprobar las costumbres que niegan su lado pasional, en otras palabras su Eros y Tánatos, que lo vuelven humano.
Robusto Sánchez vive en una vecindad en la que la anarquía es el único sistema social que impera. Las costumbres de un lugar como este, permiten largas tribulaciones, dirigidas a la estupidez que produce la embriaguez, pero un artista es rechazado porque se opone a la convivencia cercana a un grupo de energúmenos que solamente saben repetir sus etílicas aventuras pasadas.
No me refiero a que un artista deba ser necesariamente refinado, pero ciertamente tienen en común una neurosis social que los repele de cualquier persona diferente. Y aunque la mayoría de las veces son personas muy nobles, el entorno social se vuelca sobre un retorno de la barbarie.
Robusto Sánchez es un bohemio que solamente sabe leer y soñar despierto, a lo que algunos le llaman poesía. Sus prácticas son obviamente como las de cualquier otro artista con el potencial de un genio: “Excéntricas”. Los vecinos temen porque constantemente ven arremeter contra el pequeño apartamento, grandes hordas de tipos raros, que tienen ideas extrañas y que las explotan al filo de la noche con alaridos de inconformidad, que quizá poseen más verdad que todos los tabúes y reglas que esa misma sociedad pretende obligarlos a cumplir, a lo que desacatan con una actitud retadora: la de no guardar silencio.
Hace algunos días la puerta de Robusto amaneció con cuatro perforaciones de apenas un centímetro de diámetro. No se encontraba en su casa. Los vecinos le platicaron que alguien lo andaba buscando. Escapó, dejando su carrera de literato entre sus estantes. Hace un par de días regresó por sus cosas, los mismos jóvenes lo persiguieron por el callejón obligándolo a encerrarse y llamar a la policía. El comandante le dijo que mejor se fuera.
Probablemente sea un lío de faldas, intolerancia vecinal, quienes buscaban darle una lección de buenos modales, o simplemente lo están confundiendo con algún otro Robusto. Lo cierto es que ahora tiene miedo; ahora más que nunca quiere escribir, porque es lo único que conoce aquel que se dedica a la contemplación, el lenguaje de su arte.
Probablemente detrás de este suceso se suspendan motivos amplios a la vez que desconocidos, una guerra de políticos contra sombras de consumidores de estupefacientes e ilegalidades, una sociedad que es su propio enemigo, en la que hasta un taxista puede convertirse en un judas que sentencie a inocentes, es posible que la falta de espacios culturales y deportivos mantengan a los jóvenes concentrados en asuntos perniciosos, pero lo único cierto es que ahora, ni los escritores están seguros.

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