jueves, 2 de junio de 2011

Martín Luis Guzmán. Tránsito sereno de Porfirio Díaz

Gabriel Velázquez Toledo
El Liróforo
Martín Luis Guzmán. Tránsito sereno de Porfirio Díaz

Es impresionante el profesionalismo con que uno de sus más grandes opositores ideológicos, que renegó de su formación y aplaudió las causas revolucionarias, recrea a quien sin duda representa su más grande y aborrecible enemigo. No por eso pierde el estido, al contrario el autor se permite la construcción del personaje de Porfirio Díaz a través de elementos que rodean su concepción, no lo describe, lo insinúa. Por ejemplo la narración arranca situando a Díaz en medio de su entorno familiar, humanizando al dictador “volvió entonces a París todo el pequeño núcleo de la familia”. Aquí el autor dirige el foco de la atención al candor con que su personaje devela ciertos rasgos de su carácter “un día a la semana su distracción eran los nietos, a quienes profesaba un cariño profundo, si bien un poco reservado y estoico”.
Evidentemente su afecto hacia lo familiar contrasta con su imagen de duro militar y dictador, imagen que inclusive puede interpretarse como empatía del autor con el personaje verdadero, lo que en realidad es muy poco posible, dado las tendencias ideológicas de Guzmán, quien era indudablemente villista.
Sin embargo el autor nos devela más rasgos del personaje mediante acciones “Todas las mañanas, entre nueve y diez, salía a cumplir el rito de su ejercicio cotidiano, que era un paseo, largo y sin pausas, bajo los bellísimos árboles de la avenida”. Valiéndose de estos elementos podemos dimensionar las características con que nos presenta a su personaje, logrando con esto tener que emitir una particular opinión acerca de este. Hombre de costumbres y disciplina. Esta es la imagen que le es útil, pues rasgos del personaje se señalan con este pretexto “cuantos lo admiraban advertían, más que el punto de distinción, el aire de dominio de aquel anciano que llevaba el bastón no para apoyarse, sino para aparecer más erguido”, y remata la imagen con la composición del objeto que se vuelve él mismo “porque siempre usaba su bastón de alma de hierro y puño de oro, tan pesado que los amigos solían sorprenderse de que lo llevara “es mi arma defensiva, contestaba sonriente y un poco irónico”.
No se permite mostrar debilidad, en buena medida su condición militar permite inferir algunos supuestos que por referencia se las atribuye, como la inflexión, que el autor matiza, anteponiendo el ente filial “En esto su juicio era determinante”. Su postura ideológica contribuye a continuar dibujando los caracteres del personaje, por ejemplo su mesura y el reconocimiento de las atenciones de países como Francia, Inglaterra y Alemania, lo que justifica su ausencia en el debate político de la época y su conducta moderada, por eso el autor lo hace hablar de México, que le transforma, profundizando pensamientos que dibujan con mayor precisión ciertos rasgos “será un buen mexicano –decía- quien quiera que logre la prosperidad y la paz de México. Pero el peligro está en el yanqui que nos acecha”.
Las posturas particulares del personaje, acrecientan los elementos que propician el impacto buscado por el autor. Se aleja un poco de la escena, deja que el personaje tenga entresueños, busca un retrato realista y deja pinceladas y detalles interesantes “sólo un suceso le merecía juicios en voz alta: el crimen de Victoriano Huerta. Lacónico, lo declaraba execrable; y concluía luego, para no dar tiempo a más amplias opiniones: ¡pobre Félix!
Poco a poco la naturaleza del personaje se desquebraja, alcanza un clímax en la enfermedad que nos lo muestra decrépito, inútil, humano. “el pedía que le trajeran a los nietos y que los tuvieran jugando por allí: eso no lo cansaba”. El juego de Azuela se basa en la humanización del dictador, lo humaniza tanto que le vuelve frágil, susceptible a la muerte, y acaba con esto el momento álgido del detrimento personal del poderoso enemigo y dictador Porfirio Díaz.
Comentarios: elliroforo@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario