martes, 10 de enero de 2012

Cuesta de enero

El Liróforo
Gabriel Velázquez Toledo
Cuesta de enero
Las últimas dos semanas se caracterizaron, particularmente, por un supuesto que la globalización y los grandes aparatos comerciales nos inculcan, el consumo desmedido. La política de los últimos días del año fue la de dilapidar, pues como bien lo atestiguamos cada vez que se acerca una crisis, la gente aún no está preparada para proyectar cómo solventar sus necesidades. Estamos acostumbrados a vivir “al día”.
Desde la cena hasta regalos, pasando por adornos, vacaciones, lujos y porsupuesto los prolongados convivios que con el pretexto de las fiestas de fin de año se desatan de forma casi psicótica, trajeron consigo el ánimo de liberar las frustraciones de un año que dejó tras de sí el sabor de la incertidumbre.
Detrás de todo esto la terrible realidad, los pocos excedentes económicos que nuestro trabajo produce, se quedan en manos de aquellos que ofertan los mejores planes de pago, endeudándonos por todo el año, que apenas empieza. Cierta adicción compulsiva al consumo, nos deja la cruda realidad de una cuesta de enero que difícilmente se solventa, no sin ciertos sacrificios.
Pero la cosa no para ahí, como una cadena de errores, se vuelve necesario recuperar en buena medida lo que un par de semanas de excesos dejan, el juego del encarecimiento de los productos nos conduce a un círculo vicioso de aumentos a los precios de alimentos y utencilios de primera necesidad, contrastando como siempre, con los bajos salarios. El juego de todos los años, del que nadie recuerda las reglas más sí los estragos.
Los defensores de las fiestas decembrinas insisten en que es una forma de poner en activo a la economía, la derrama es gigantesca y los índices de crecimiento y poder adquisitivo se vuelven una pantalla que nos envuelve en medio de paradojas, que finalmente obnubilan nuestro juicio, confundiendo en la embriaguez y éxtasis, el ánimo por celebrar el fin de un ciclo que vaticina el inicio de otra serie de sacrificios.
“La única forma de tener algo en la vida es endeudándote”. Durante todo el mes trataron cuantos partidarios de estos excesos me encontré en cada festividad a la que acudí, insitentemente de convencerme, con sorna, que la adquisición de una deuda es lo más normal y natural para el inicio del año. Renuente, preferí mantener unas finanzas equilibradas (sólo permisible para aquellos que no tienen una responsabilidad familiar mayor) y veo con júbilo que valió la pena, pues mientras muchos disfrutan sus nuevos productos, a la espera angustiante de realizar los correspondientes pagos, reflexiono sobre las estrategias que las grandes empresas utilizan para tratar de venderme una televisión que mide un metro más que la que tengo en casa, hace más escándalo y requiere de un sistema de televisión de paga para que funcione con mayor calidad.
Terminé por comprender que finalmente esto es el lujo, aquello que excede la cobertura de nuestras necesidades, rayando en la mayor parte de las ocasiones en lo futil.
Quienes sostenemos una postura más moderada hacia el consumo, creemos, quizá ingenuamente, que los pocos espacios de esparcimiento deben consagrarse también a la reflexión (sin tener que llegar a la espiritualidad que defensores de las celebraciones religiosas que coinciden, sostienen), pues son estas conductas compulsivas las que nos obligan a actuar cegados por deseos, y no objetivamente por nuestras principales necesidades.

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