jueves, 4 de junio de 2015

Algo sobre novela neopoliciaca Latinoamérica

Edgar Allan Poe es considerado como el primer escritor que trató una historia de misterio utilizando a un detective, Dupín, quien resuelve un caso de asesinato, convirtiéndose de esta forma en el padre de un género que a un siglo y medio de distancia, se ha dividido en tantas vertientes como el culto por la violencia y la degradación así lo permiten: el género de la literatura de detectives. La novela negra, conocida como Noir, o bien Hardboiled en Estados Unidos, es la evolución contemporánea de aquellas antiguas novelas de detectives, tan característica de los Ingleses, quienes dejaron una serie de personajes icónicos de la mano de Conan Doyle, Chesterton y Agatha Christie. En el siglo XXI la violencia deviene en lugar común para la literatura, sobre todo la hispanoamericana, rodeada de acontecimientos violentos que encuadraron la segunda mitad del siglo XX (como las dictaduras militares y los intentos por organizar revoluciones que en más de una ocasión rindieron frutos). No obstante lo anterior la reflexión sobre la violencia no es reciente ni privativa de los contextos hispanoamericanos. Casi un siglo atrás en Inglaterra y Estados Unidos tuvo un boom al convertirse en una respuesta a la invasión capitalista y sus efectos sociales adversos. En Norteamérica la prohibición del consumo de Alcohol desató la andanada de grupos delictivos que se volvieron íconos gracias a personajes como Al Capone, lo que sugirió el nacimiento de un género (Pulp) que se permitía la descripción de esa vida oscura que contrastaba con el afamado sueño americano y que rompió con la fantasía de que el crimen era un fenómeno aislado, que a los buenos ciudadanos no tocaría nunca. Para ubicar conceptualmente a la violencia el filósofo Slavoj Žižek (Eslovenia-1949) hace un análisis sobre la diferencia entre la violencia subjetiva y la sistemática, la provocada por el Estado que origina indefensión e impotencia en los ciudadanos que terminan hartos reproduciéndola a su manera (físicamente), con lo cual se explica cómo manifestaciones estéticas como la literatura noir, pulp, el harboiled e incluso la narco novela, cuya crítica constante es su aparente ‘ligereza estilística, argumental y simbólica’, no son otra cosa que el reflejo de un sistema corrompido en sus procesos y las consecuencias sociales de ello. Los subgéneros de la narrativa latinoamericana, por lo menos los más frecuentes en las primeras décadas del siglo XXI, encuentran en lo neopoliciaco una vertiente que, sin censura, permiten el reflejo de lo que se ha venido presentando en estos países, con toda su crudeza (aún así difícilmente la ficción de dichas obras ha superado la realidad de países como México). Las características de la novela negra, la narrativa de fronteras y la denominada narco novela, utilizan marcos referenciales que se incrustan dentro de la denuncia social, los escenarios siempre son oscuros, la corrupción, la falta de escrúpulos y moral, la violencia y el crimen, se asocian a una realidad que se muestra en los medios de comunicación convencionales como fantasía, familiarizando a las personas con un fenómeno social que a lo mucho origina morbo entre los consumidores de noticias que no encuentran diferencia entre una matanza de estudiantes y el videojuego Call of duty. Ya no existen personajes súper dotados que son capaces de resolver cualquier misterio por medio de la lógica, antes bien son arquetipos del ciudadano promedio que por alguna desavenencia se encuentra en una encrucijada. Los autores de estos géneros ponen en tela de juicio la forma en que se desarrollan las actividades criminales impunemente, en estas obras tampoco serán encarcelados los delincuentes, los ricos serán despóticos, los políticos líderes de organizaciones criminales y el resto de los mortales sólo piezas del ajedrez que son removidas cuando terminan de ser útiles (¿Algún parecido con la realidad?). Algo tiene el género que grandes escritores como Borges y Chesterton guardaban una especial deferencia a los mismos, quizá esa sencillez, de la que ahora muchos autores (buenos y malos, prodigiosos y mediocres) se valen para ganarse un lugar en los anales de las librerías, que permite profundizar y familiarizarse con temas que por lo regular, simplemente nos parecen ajenos de la realidad en que vivimos.

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