jueves, 4 de junio de 2015

‘Para ser novelista’ de John Gardner

Para cualquier joven que pretende comenzar en el difícil arte de escribir, existen cientos de trampas que le desvían de su intención a la primera de cambios, como el supuesto de que para ser escritor hay que acercarse a los malos hábitos que escritores como Hemigway o Fitzgerald, por mencionar sólo un par de ejemplos, se pregona exaltaban sobre el consumo de alcohol, nada más falso, baste decir que Hemingway tuvo en Gertrude Stein, una de las más afamadas críticas de arte de su época, a una inigualable lectora que le sensibilizó sobre mejoras que debía emprender en su estilo. La gran mayoría asistirá a un taller en el que, si bien le va, el intercambio de opinión sobre sus ejercicios narrativos le permitirá irse dando cuenta de los errores que comete y el impacto que sus historias generan, esto cuando el tallerista tiene bases firmes sobre la teoría narrativa, caso contrario el riesgo de disipar el esfuerzo y desorientar el entusiasmo en torno a la adopción de técnicas literarias es muy grande. Sin embargo la idea de que la literatura, y el arte en general, dependen de un arranque de inspiración, está fuertemente arraigada, suponiendo que la verdadera obligación de un artista es crear obras maestras que impresionen a propios y extraños, nada más alejado de la realidad. El famoso escritor norteamericano Raymond Carver, en la introducción al libro Para ser novelista de John Gardner, a quien considerase su maestro, dice que “'Gardner tenía por principio básico el de que el escritor encontraba lo que quería decir en el continuo proceso de ver lo que había dicho. Y a ver de esta forma, o a ver con mayor claridad, se llegaba por medio de la revisión. Creía en la revisión, la revisión interminable; era algo muy serio para él y que consideraba vital para el escritor en cualquier etapa de su desarrollo como tal. Y nunca perdía la paciencia al releer la narración de un alumno, aunque la hubiera visto en cinco encarnaciones anteriores”. Los norteamericanos están convencidos de que el oficio de escritor puede ser aprendido, es por eso que fomentan la pedagogía de la narrativa, en la que se da una mayor importancia al reconocimiento de la forma correcta de escribir junto con la sensibilidad de poder captar escenas que provoquen la empatía del lector. Con más de una decena de premios Nobel en su haber, algo deben saber sobre el tema. Y es que a diferencia de los latinoamericanos, quienes han hecho valer su experiencia en el extranjero, principalmente en Europa, antes que su formación en sus propios países, los norteamericanos tienen toda una serie de talleres y cursos formales de la universidad que forjan a los nuevos valores en el difícil arte de la escritura. Uno de los notables escritores que realizó algunas obras al respecto fue John Gardner, quien dedicó parte de su obra a sentar las bases para que los jóvenes tuvieran el conocimiento con el que pudieran enfrentarse a los desalentadores inicios de una carrera que exige compromiso con uno mismo, pues los estándares de calidad son autoimpuestos. Entre Yourcenair, Borges o Faulkner y autores como Carlos Cuauhtémoc Sánchez o Isabel Allende hay un mundo de diferencia que radica en la meticulosidad con la que escriben, calculando efectos y contrastes, pero principalmente la capacidad de ser autocrítico.

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