domingo, 1 de noviembre de 2009

El valor de las tradiciones populares.

Liróforo
Gabriel Velázquez Toledo
El valor de las tradiciones populares.

En los próximos días se han de celebrar un par de fechas que tienen un impacto significativo en el modelo cultural que poseemos como sociedad. Hablar de dicho modelo, implica estar consciente de realizar una labor crítica de la serie de tradiciones populares, que definen una identidad global, la que por cierto, se utiliza como imagen ante el resto de las sociedades.
El treinta y uno de octubre se celebra en los Estados Unidos de Norteamérica, su fiesta de Hallowen. El prestigio de esta fiesta ha trascendido gracias a su enorme aparato comercial, obligando al inconsciente popular a caer en la mercadotecnia de celebrar acontecimientos totalmente ajenos a la historia de la sociedad a la que pertenece.
El Hallowen es un jugoso negocio para quienes se dedican a surtir de enceres inútiles a la sociedad, que lamentablemente cae en el juego de la promoción. En México, lamentablemente, este efecto se observa en constante crecimiento. La celebración popular del “día de muertos”, herencia cultural de nuestros ancestros, aunque influida por celebraciones religiosas que han hecho un cambio en el contexto que hoy se celebra de la misma, se festeja sólo un día después del Hallowen norteamericano. Aunque las celebraciones siguen teniendo elementos de la tradición popular, no deja de ser triste que la inevitable simbiosis global de la cultura, nos alcance en nuestras entrañas.
En el goce del derecho a la libertad que todos los mexicanos poseemos, se es sumamente respetuoso en la labor enajenadora de aquellos que encuentran un negocio en el oportunismo y la moda, que aprisiona a las conciencias más jóvenes de nuestro entorno, en el juego del comercio.
La cultura del “horror” que tan superficialmente han creado Hollywood y las grandes cadenas comerciales, conduce la efervescencia de la sociedad por tener su celebración. Ahora a la par de montar altares con flores, representación de la conciencia mística de nuestra espiritualidad, se utilizan disfraces y se realizan festejos que poco o nada tienen que ver con la esencia que da origen a esta tradición.
El ejercicio de la memoria, sumado al de la exaltación de lo que la experiencia de la vida y la muerte representa para nuestra cultura, hemos permitido que se fusione la vulgaridad de los placeres. Si la intención de esta celebración es hacernos entender lo afortunado que es el ser humano por su conciencia de estar vivo, la disipación de la que dicha celebración es víctima por nuestra propia mano, hace que el sentido profundo se vaya transformando en un mero pretexto, tal y como se pudo observar hace muy poco en la celebración de la independencia.
Muy pocos remansos aguardan con los elementos populares tradicionales. Las calaveras de azúcar, la calabacita y demás dulces típicos, las calaveritas y las figuras tradicionales que el gran Posadas inmortalizó, cada vez se observan menos. El plástico, la concepción de lo monstruoso y hasta los colores que se vuelven obligatorios por la cantidad en la que se venden, son sólo algunas de las características que explican la cada vez más constante fragmentación social e ideológica.

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