jueves, 11 de abril de 2013

Justicia y entretenimiento

Muchas voces en el país claman justicia frente al caso de un grupo delictivo acusado de secuestro y conocido, hace 7 años, como la banda del Zodiaco. Una presunta culpable de nacionalidad francesa fue exhibida en una faramalla televisada con intenciones poco claras, en la que se realizó un montaje digno de una producción cinematográfica. La suspicacia de la gente hace pensar en que el caso emblemático trató de ocultar algo, un distractor como tantos otros, el más viejo y memorable que puedo recordar es el de “El Chupacabras” otros tristemente célebres y recientes son la jauría asesina de Iztapalapa y el día de ayer, la liberación de aquella francesa acusada de secuestro, treta distractora en los medios mientras el IFE daba su veredicto exculpatorio por el famoso “Monex gate”. El resultado es por todos sabidos, los mismos ministros que un año atrás decidieron no dar cabida al proceso de revisión, dieron la libertad en un rápido análisis que concluyó en la excarcelación. Corrupción, dinero, influencias, intereses oscuros y oportunismo, factores todos que dieron como resultado el reconocimiento de que el planteamiento del caso estaba tan ambiguo, que era indefinible la situación legal que se sostenía. Los mismo ha sucedido con el emblemático caso de 5 militares que hace algunos días fueron liberados porque no se pudo reunir las pruebas. ¿Quién gana en los ajustes de cuentas del poder judicial? ¿Qué clase de servidores tienen las dependencias de justicia que recluyen al pobre e ignorante y dejan en libertad al rico e influyente? ¿Qué hace pensar que el sistema de justicia prevalece ante la necesidad de encontrar un culpable? Tristemente célebres son en el imaginario colectivo los chistes en que se mofan de nuestras autoridades, como aquel en que un conejo es obligado a confesar que es un venado. Y es que parece que dichas autoridades lo que saben hacer muy bien es cuidar los intereses de unos cuantos, lo que se muestra en las declaraciones de líderes sociales y comerciantes que en plena exigencia de sus derechos, protestaron el año pasado por las obras en el centro y que fueron amedrentados por las autoridades para que ya no le movieran. Mientras tanto, las grandes deudas de los estados y municipios, los delincuentes de cuello blanco y los grandes actos de corrupción se precipitan al olvido mediático y cobran jugosos frutos. En resumen, un sistema que condena al pobre por ignorante y premia al rico por abusivo, que exculpa a los encargados de formar expedientes y encontrar las pruebas que aclaran la culpabilidad de una persona y les premia con puestos de mayor jerarquía por inventar otro tanto, definitivamente está podrido. La cultura del agandalle está en todas partes, desde el automovilista que adelanta la fila para retornar, obstruyendo la visión de quien pacientemente llega a su turno para incorporarse en la calle, hasta el comerciante que sobrevalúa los productos de ínfima calidad, el que le da una mordida a la autoridad para apresurar el trámite y el que pide a su “padrino” le aminore la carga de trabajo o de plano le dé chance de no asistir. Los pequeños actos legitiman estos grandes escándalos, la falta de valores borran de la sociedad la conciencia de que los derechos se exigen no se piden, se toman y no se conceden.

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