jueves, 30 de abril de 2015

Del aquí a las letras. La crónica literaria de Jorge Ibargüengoitia

Antes que nada vale la pena resaltar que la actividad periodística siempre ha estado cercana a la literatura. La publicación periódica de crónicas es un excelente ejercicio narrativo que permite desarrollar la destreza necesaria para pasar a géneros más complejos. Así, escritores como García Márquez, Julio Cortázar o Henry Miller, Hemingway y hasta Bukowsky, deben al ejercicio periodístico su buena condición narrativa. Como se puede atestiguar en su obra, Ibargüengoitia se vale de anécdotas que parten de sus memorias y se transforman, a la luz de una reflexión, en material presto para el sarcasmo, pues su humor y agilidad narrativa exhiben las acciones de personas que pertenecen a los más diversos grupos y la forma en que son protagonistas de escenas sumamente cotidianas, tanto que son un retrato de la realidad que caracteriza al momento que trata en sus textos. El uso de su maravillosa capacidad de observación, es otra de las claves que desarrolla de una forma muy interesante (en lo literario obviamente), pues la precisión de ciertos instantes son claramente reveladores, en cuanto a la importancia que el autor otorga al objeto o personaje en cuestión, con la finalidad de facilitarle a los lectores la atención en su texto, vinculando la anécdota a la acción y propiciando una brutal sinceridad, que a algunos lectores nos resulta sumamente atractivos, porque tenemos una empatía por ese sentido del humor oscuro, poco comprensible (producto de reflejar una desgracia ajena, producto del azar o de un error. (Ejemplo: cuando le cae el cuadro a su criada) Sin embargo, para Ibargüengoitia el periodismo fue la puerta de entrada al conocimiento de un país que se encontraba (y al parecer aún continúa en las mismas) rodeado de corrupción. Lo que terminó por hastiarle y buscó reflejar este sentir en sus obras, manifestando claramente una crítica de las costumbres y de las contradicciones entre la modernización y el conservadurismo, entre la norma y las prácticas populares, entre la satisfacción del apetito del individuo y los esquemas sociales que tienden de romperse. Hay una anécdota de cuando escribió Las muertas. En una de tantas entrevistas se remitió a la necesidad de contrarrestar el fenómeno desatado por las publicaciones de carácter amarillista, que explota la desgracia y perversión, dando como resultado la exhibición del México bárbaro, cercano a lo bestial, exaltado por el morbo y llevado hasta fuera del país como un retrato de lo que los políticos inmediatamente trataron de contrarrestar con fuertes inversiones y que Ibargüengoitia criticaría de una forma ejemplar dentro de lo literario (lo que lamentablemente llevó a que pocas personas pudieran percibir la parte crítica disfrazada en el humor. A través de sus letras logra la exhibición de un país que, en el estado de descomposición social en que se encontraba, aún estaba ansioso por descubrir qué tan bajo era capaz de llegar. ¡Oh sorpresa! Ibargüengoitia transmite esta imagen pero con el entendimiento de la razón humana, fuera de prejuicios, y además lo hace de una forma despreocupada, logrando su cometido de hacer olvidar lo inhumano de revistas como ¡Alarma! Es necesario recordar que Ibargüengoitia también siguió la tendencia de la novela policiaca, que actualmente encontramos reflejado en la escuela de Jhon Reed, Truman Capote y Rafael Bernal, utilizando la fuente periodística para retratar personajes muy cercanos a quien los lee, retomando el valor del testimonio que deja y enriqueciéndolo con un ejercicio hiperbólico, característico de este tipo de literatura. Volviendo a su actividad periodística, en el caso concreto de la crónica podemos disfrutar y tratar de emular como ejercicio individual, el uso del antecedente, la mayoría de las veces una anécdota propia, sometida al juicio de una opinión que conlleva una intención de ironizar (y al ser de Guanajuato buena parte de estos juicios los conduce hacia los fundamentalistas religiosos que abundan en la región del bajío) (las fiestas religiosas). Debemos recordar también que el periodismo, como técnica narrativa, debe orillarnos a la construcción de escenarios claros, con acciones precisas y personajes claramente identificables, a través de la respuesta de las añejas preguntas Qué, Quién, Cómo, Cuándo, Dónde, Porqué, Para qué. Para el momento en que el autor escribe (de los 50 a los 80) se tiene la expectativa del desarrollo gracias a la industria armamentista que de una guerra a la otra le dio cierta estabilidad al país, fue una época de modernización económica y social que nunca pudo concretarse, repleto de una falsedad política y un onírico futuro. Alguien debía encargarse de desenmascarar las falsas pretensiones del partido nacional, que por su deber institucional intentó (e intenta todavía) hacernos creer que vivíamos en la prosperidad, ese alguien casi siempre ha sido un artista valiente que se manifiesta de forma simbólica a través de su arte y en este caso, de un periodista metido a escritor.

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