jueves, 9 de julio de 2009

Cardenche: el último canto del desierto.

Liróforo
Gabriel Velázquez Toledo
Cardenche: el último canto del desierto.

En el siglo XIX entre la nada y el hambre, la voz de los humildes se volvió eco en los parajes de los desiertos del norte. En las oscuras noches retumbaban sonoridades guturales que invocaban a la divinidad, al dolor y a la vida. La pobreza obligó al canto popular de los campesinos a encontrar una identidad que con el tiempo tomó prestado el nombre de Cardenche.
La precariedad social, signo irrevocable de la condición miserable en que los cacicazgos mantuvieron al campesinado, provocó que el ingenio popular imitase con el único instrumento que la naturaleza les había proveído, el sonido de aquellos con que los ricos animaban sus festejos. La adaptación y modulación de la voz se transformó en su principal elemento. Comúnmente fue utilizado en la tradición cultural durante fiestas religiosas, como el nacimiento del niño Dios, o la muerte de un miembro de la comunidad.
El término cardenche se refiere a un cactáceo del desierto, posee espinas con filamentos muy finos, que cuando se encajan en la piel resultan muy dolorosas y más aún cuando se intentan retirar, pues los filamentos se encajan, dificultando su retiro. A falta de oportunidades para expresar su sentimiento profundo, el indígena campesino del noreste de la república supo identificarse en sus desiertos. Ahí encontró el reflejo de su alma. El dolor y el tormento del corazón son la razón de ser de este canto, su sensibilidad se traspone sobre las emociones como las espinas del cardenche en la piel. Las voces se desgarran lanzando alaridos de coyotes que ven en el silencio del desierto una posibilidad para no olvidar nunca su origen y su misión de mantener un equilibrio espiritual con el mundo.
Este canto no ha sufrido modificación alguna desde sus inicios. Realizado por los hombres del campo, se encuentra contra los juicios de la “modernidad” que le cataloga como música de viejitos. Denostado por la urbanidad, es también conocido como canto de borrachitos o laboreñas (de labores) por la costumbre popular de los campesinos de improvisar éstas al término de su jornada, acompañado de sorbos de sotol (bebida hecha a base de agave silvestre de gran contenido etílico), que envalentona al cardenchero para pinchar con sus espinas.
Los cantantes de este género tan peculiar tienen por costumbre cantarle al amor y al desamor, esparcen consejos y narran las experiencias vividas. Su temática, aunque sencilla, contienen un cúmulo de elementos emotivos que hacen perpetrarse en ella. Oír a las pocas voces que de canto cardenche quedan aún, descubre el pensamiento popular onírico y realista, forma y el fondo, tras de sí guarda el significado de siglos de un ensimismamiento moral e ideológico, que en sus raíces guarda la sabiduría de otra forma de ver la vida.
Las canciones son interpretadas a tres voces (primera, de arrastre y contralta) incluso una cuarta que se suma al acompañamiento plástico de la canción interpretada, siempre a capela. Para desgracia de la cultura popular mexicana, este género está en grave peligro de perderse. La indiferencia de las generaciones contemporáneas a las tradiciones y la inclinación por otras expresiones musicales (con una orquestación musical atractiva), cavan el que parece es su fatal e inevitable destino.
Grupos como Jaguares, Lila Downs y Juan Pablo Villa, han rescatado un par de melodías de este género, en la que destaca Yo ya me voy a morir a los desiertos (para fortuna de los melómanos pueden encontrarse en el patrimonio de la humanidad moderno que es el Youtube en Internet). Aunque su aportación es considerable, nada mejor que lo original cardenche. Pocos son los grupos que aún existen en la Laguna, sin embargo para quienes en su conciencia cabe el gusto por las tradiciones populares del México profundo, es una excelente recomendación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog